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El movimiento artístico del Realismo Americano surgió a mediados del siglo XIX como reacción a las convenciones artísticas establecidas y a la efervescencia política que prevalecía en los Estados Unidos. Nacido en el contexto tumultuoso de la Guerra Civil y la creciente industrialización, encontró sus raíces principalmente en las ciudades de Nueva York y Boston. Los artistas del Realismo Americano buscaban representar la realidad tal como era, sin adornos ni idealizaciones. Querían capturar la vida cotidiana de las clases trabajadoras y los ciudadanos comunes, poniendo de relieve realidades a menudo descuidadas de la sociedad. El movimiento adquirió así una dimensión política, denunciando las desigualdades sociales, las injusticias y las dificultades a las que se enfrentaban los trabajadores y los más desfavorecidos. Entre los destacados artistas de este movimiento, Grant Wood se destaca con su obra emblemática "American Gothic". Esta pintura, creada en 1930, representa a una pareja rural estadounidense frente a una casa de estilo gótico. Sus rostros severos y su postura rígida capturan la esencia de la vida rural y la austeridad que caracterizaba a esa época. "American Gothic" se convirtió en un símbolo de Estados Unidos conservador y tradicional, pero también en una crítica sutil de esa visión de la sociedad. Los artistas de este movimiento, como Edward Hopper, nos invitan a contemplar escenas familiares con una claridad desconcertante, revelando así la verdad cruda que reside en cada momento. Las pinturas de Edward Hopper, impregnadas de soledad y contemplación, nos sumergen en instantes congelados donde el tiempo parece suspendido. Los personajes solitarios e introspectivos que pueblan sus lienzos resuenan con una profundidad emocional, evocando cuestionamientos y reflexiones sobre la condición humana.
Edward Hopper es un pintor naturalista estadounidense cuya obra es a la vez un resumen de un exitoso encuentro entre la pintura y la fotografía, pero también un himno moderno a la nostalgia.
Hopper, que comenzó su carrera como ilustrador, encontró muy pronto el estilo que lo haría famoso. En escenarios minimalistas, los personajes solitarios se posan, como objetos, esperando. Naturalista, en la vena de un Ibsen, es también el pintor de una América que pasa de una ruralidad orgullosa a un urbanismo triunfante.
Reconocido y celebrado en vida, su obra es testimonio de una época pero también de una increíble asimilación de los códigos del cine y la fotografía. Sus planos, su puesta en escena, su gusto por los ángulos altos (y las vistas de ángulo alto) lo convierten en uno de los artistas más modernos de su tiempo.
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