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En los anales de la historia arquitectónica, el nombre de Frank Lloyd Wright resuena como un eco atemporal, llevando las huellas de una creatividad audaz y una visión que trascienden las eras. Nacido el 8 de junio de 1867 en Richland Center, Wisconsin, Wright estaba destinado a convertirse en un titán de la arquitectura, desafiando los límites del diseño tradicional y dejando una marca indeleble en el paisaje construido global. Su viaje artístico comenzó bajo la sombra protectora de Louis Sullivan, el padre de la arquitectura moderna, donde sentó las bases de su filosofía arquitectónica única. Pero Wright no se limitó a seguir los pasos de su mentor; los superó, creando su propio lenguaje arquitectónico impregnado de una armonía intrínseca con la naturaleza y la humanidad. La estética orgánica, piedra angular de la obra de Wright, se reveló en sus creaciones audaces. Sus edificios parecían surgir naturalmente de su entorno, mezclándose armoniosamente con el paisaje y transformando el artificio en una extensión de la naturaleza misma. Desde la majestuosa Casa de la Cascada hasta la espléndida Casa Robie, cada estructura atestigua su maestría en el espacio, la luz y la forma. Sin embargo, Wright no era solo un arquitecto. Era un pensador visionario, un defensor de la armonía entre la humanidad y su hábitat, y un ferviente defensor de la experiencia humana enriquecida por la arquitectura. El camino de Wright no estuvo exento de controversias ni desafíos, pero estas pruebas alimentaron su determinación y amplificaron su creatividad. A través de épocas cambiantes, su influencia perdura, inscribiendo su nombre en las páginas doradas de la historia arquitectónica. Frank Lloyd Wright falleció el 9 de abril de 1959.
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